Aunque es cierto que no recuerdo nada de mis primeros años de vida en Puerto Rico (mi familia se mudo cuando yo tenía tres años), sí recuerdo algo de mis días en pre-escuela y escuela elemental; esos días llenos de asombro y maravilla cuando parecía que toda era posible.
Y sí tengo recuerdos dolorosos de mi primer choque cultural como una niña bilingüe y bicultural. Creo que estaba en kindergarten o en primer grado, y era el cinco de enero.
Yo iba a donde todos mis compañeros, de uno en uno, exclamando, “¡Mañana es el Día de Reyes! ¡Mañana es el Día de Reyes!” Algunos me imitaron cruelmente, y otros tenían cara de confusión. Pero el mensaje era claro: no tenían idea ninguna de lo que yo estaba hablando.
En mi mente ingenua de seis años, yo me preguntaba, “¿Cómo es posible? Esto es algo grande, de verdad se lo están perdiendo.”
No me di cuenta en el momento, pero ya iba de camino a perder mi dulce inocencia.
El Día de Reyes no lo celebran en los Estados Unidos.
Aun ahora, me causa dolor escribir esto. Lo que era una tradición atesorada y sagrada en mi cultura, a penas existía en la cultura americana– simplemente reducido a una representación en figuritas de cerámica en casi todos los nacimientos de decoración que se venden.
Tal parecía que para los americanos, los Tres Reyes Magos fueron tres tipos que de casualidad siguieron a una estrella para traerle regalos al Niñito Jesús.
Para niños hispanos al rededor del mundo, como yo, los Tres Reyes Magos eran la versión latinoamericana de Santa Claus, una de las tradiciones americanas más veneradas.
Todos los años en el cinco de enero, se creía que los Reyes Magos visitaban la casa de cada niño, montados en sus camellos, trayendo regalos para los niños. Anticipando ansiosamente su llegada, niños como yo íbamos al patio a cortar yerba y echarla en una caja de zapatos vacía. Luego, la caja se metía debajo de la cama para los camellos. El día siguiente traía asombro y maravilla cuando se descubría que la yerba había desaparecido casi completamente, presumiblemente devorada por los camellos.
Y a cambio de la yerba que ya no estaba, dejaban un regalito para el niño.
¡Tengo lindos recuerdos de cuando iba afuera con mis padres, y fastidiándolos al preguntarles cuánta yerba era suficiente para alimentar a tres camellos!
Por supuesto, era un tiempo divertido, sabiendo que en algún momento durante la noche, llegarían estos tres hombres con regalos…para mi.
Antes Papi y Mami me dejaban faltar a la escuela el seis de enero, los primeros años que vivimos en Orlando. Para nosotros, este día era tan sagrado y digno de reconocimiento como lo era el día de Navidad. Pero pronto mis padres dejaron la costumbre de ausencia escolar, como se me hacía ya más difícil reponer mis asignaciones. Una vez más, el rechazo áspero de nuestras tradiciones señaló el fin de mi inocencia, como me di cuenta rápido que en el sistema escolar americano, no había lugar para mis tradiciones culturales atesoradas.
Siendo criada mayormente en la Florida, también creía en Santa Claus. Pero por alguna razón, mi creencia en los Reyes Magos ayudó a fortalecer mi identidad, tanto como latino que como cristiana. Este ritual de mi niñez se había convertido en mi introducción a la historia del nacimiento, pero ya no tenía el lujo de pasarlo en casa, junto a mis papás.
Hoy en día, la Epifanía es un día de reflexión para mi familia; un día para ir a la Iglesia y para compartir juntos. Nunca quitamos nuestro árbol de Navidad antes de celebrar el Día de Reyes. Para nosotros, no se acaban las Navidades hasta que los Tres Reyes Magos hayan visitado al Niñito Jesús. Sigue siendo un día que hay que reconocer y valorar.
Pero ya hace tiempo pasaron los días de inocencia y asombro, cuando era fácil imaginarse que todos compartíamos las mismas tradiciones. Lo que era antes un día lleno de anticipación y entusiasmo se ha reducido a un reconocimiento casual en Facebook del significado de esta fecha, y tal vez una foto retrospectiva.
Quizás es una señal de asimilación, de que ya no soy tan latina como antes me creía.
O tal vez, posiblemente es una señal de crecimiento.
Yo lo que sé es que daría lo que fuera por ser de nuevo esa niña, mirando estupefacta a la caja de zapatos vacía, preguntándome cómo entraron los camellos.
Yo gozando en el Día de Reyes en Puerto Rico (como a los dos años) y luego en Orlando (como a los cinco años). Me celebrating Three Kings’ Day in Puerto Rico (around age 2) and later in Orlando (around age 5).
While it’s true I don’t really remember any of my early life in Puerto Rico (my family moved when I was three), I do remember some of my pre-school and elementary school days; those days filled with awe and wonder when anything was possible.
And I do have painful memories of my first culture shock as a bilingual, bicultural kid. I think I was either in kindergarten or first grade, and it was January 5th.
I went around to all my classmates exclaiming, “Tomorrow is Three Kings’ Day! Tomorrow is Three Kings’ Day!” Some mimicked me cruelly, others had a big question mark on their faces. But the message was clear: they had absolutely no idea what I was talking about.
In my naïve, six-year-old mind, I asked myself, “How is this possible? This is a huge deal, and these kids are totally missing out.”
I didn’t realize it at the time, but I was already on my way to losing my sweet innocence.
Three Kings’ Day isn’t celebrated in the United States.
Even today, I think, it still pains me to write this. What was such a precious, sacred tradition in my culture was all but nonexistent in the American culture– merely reduced to a depiction of the Three Wise Men (as they are also called) as ceramic figurines in most nativity sets sold.
To Americans, it seemed, the Three Wise Men were three random dudes who followed a star to bring gifts to Baby Jesus.
To Hispanic children all over the world, like me, the Three Wise Men (or Kings) were Latin America’s version of Santa Claus, one of the most revered American holiday traditions.
Every year on January 5th, the Three Wise Men were believed to visit each child’s home, arriving astride their camels, bringing gifts for the children. Eagerly anticipating their arrival, kids like me would go to our backyards on Víspera de Reyes (the eve of Epiphany) and pluck grass and collect it in an empty shoebox. The box was then placed under the bed for the camels. The next morning would bring awe and wonder when the grass was almost all gone, presumably devoured by said camels.
And in exchange for the grass that was gone, a gift would be left for the child.
I have such fond memories of going outside with my parents, and nagging them about how much grass was enough for three camels! Indeed, it was a fun time, knowing that sometime during the night, these three men would arrive on their camels bearing gifts…for me.
Mami and Papi used to have me stay home from school on January 6th the first few years we lived in Orlando. For us, this day was as sacred and worthy of observation as Christmas is. But my parents soon abandoned this act of truancy when it became increasingly difficult for me to make up missed schoolwork. Once again, the cavalier dismissal of our traditions heralded the end of my age of innocence, as I quickly realized there was little place in the American school system for my treasured cultural celebrations.
Having been raised almost entirely in Florida, I also believed in Santa Claus. But, for some reason, my belief in the Three Kings also helped me to cement my identity as both a Latina and as a Christian. This childhood ritual had become my early introduction to the Nativity Story, but I could no longer afford to spend that day at home with my parents.
Today, Epiphany serves as a day of reflection for my family, a day to attend Church and spend time together. We never take our Christmas tree down before celebrating Three Kings’ Day. For us, Christmas isn’t over until the Three Kings have visited Baby Jesus. It’s still a day to be recognized and treasured.
But gone are the days of wide-eyed innocence and awe, when it was easy to imagine that everyone celebrated the same traditions. What used to be a day filled with anticipation and excitement has been reduced to a casual acknowledgement of the day’s significance on Facebook, and perhaps a “throwback” photo for good measure.
Maybe it’s a sign of assimilation; evidence that I am no longer as “Latina” as I once believed myself to be.
Or maybe, just maybe, it’s a sign of growing up.
All I know is I’d give anything to be that little girl again, staring stupefied at an empty shoebox, wondering how the camels got in.
Qué lindo post Laurita. Y estoy de acuerdo. Aquí hay que hacer un esfuerzo muy grande para celebrar los Reyes, pero incluso en Puerto Rico hay personas que estaban más pendientes al juego de la fútbol que a celebrar este día. No que haya nada malo con el partido, pero igual que tu me da pena que ya no sea un big deal como antes. Creo que queda de nosotros mantenerlo vivo. 🙂
Te entiendo Laura y ese es mi “miedo” con mis nenes que ahora viven aqui en EU. Poco a poco se pierden las tradiciones si no estamos pendientes. Ellos nacieron allá y lo tienen bien grabaditos en sus corazones, pero hay que hacerlo concientemente porque sino se desaparece. Buen artículo.